Esto es para ti, Eva. Por haberme acompañado desde que me conociste y haber sido la mejor para mí desde que decidiste ser mi amiga.

***

Siento en mi cabeza entrar las grandes sinfonías de quejidos que hacen palpitar mi mente; los violentos torrentes de pensamiento nublan parcialmente mi vista y acaban cegando mi juicio. Los gritos entran por mis oídos al mismo tiempo que salen, y a ellos les acompaña el tono constante de un pitido sordo pero demoledor. Mis ojos se derriten; y con la poca compostura restante, le clavo mi vista directamente; igual de patético que Áyax en su berrinche, y sin embargo, igual de poderoso sobre mí.

De forma gradual, el intento de héroe griego se aproxima hacia mí. La respuesta inmediata es una vibración instintiva por cada lugar de mi columna; acompañada, a su vez, de la generación de un agujero tan profundo en mi estómago como el pozo donde vertí todas las lágrimas de silencio y pesar. Por desesperación le lanzo el frasco de bloqueadores, aunque eso no hace que su paso se detenga. Se abalanza sobre mí, y en varios forcejeos en los que todos mis parches caen, en un movimiento logré zafarme; la bocanada de aire que siguió a ello fue amarga, y expandió tanto mis pulmones que en mi mente grité del dolor que sentía en ellos.

Pero entonces sentí su mano en fuego incandescente agarrar mi tobillo; y en unos movimientos que mi cerebro apenas logró siquiera tomar fotograma alguno, sentí el cuero y la totalidad de todas mis notas acumuladas darme un beso en la mejilla más doloroso que cualquier traición existente. Al tiempo que retrocedía por lo que se sintió como el impacto de un proyectil pude observar fruto del aturdimiento y con lentitud todas las páginas a mi alrededor.

La casa comenzó a temblar al unísono. Parecía hundirse en el terreno y el estruendo eran gritos de desesperación que acabaron por dejarme en blancos fundidos con vacío. Y de forma casi accidental, aunque intencionada, recobré parte de mi consciencia que, sin embargo, se hallaba absolutamente rota. A fuerza de concentración, todo pareció detenerse casi por absoluto probablemente porque mi percepción se encontraba igual que mi mente; fragmentada y destrozada.

En esa brevedad casi infinita recordé el motivo por el que habíamos llegado a esto. El camino, la respuesta a una pregunta rota, el laberinto del que muchas veces me pregunto si logré salir. Aquellos segundos parecieron horas, y esas horas años; donde la oscuridad me consumió durante un instante en su frío, pero confortable y conocido abrazo. Recordé entonces las palabras, aquella mal pronunciación del latín que leí en el libro que lograba, logra y logrará aliviar el veneno mental del que mi cuerpo fue, es y será víctima.

Non sum qualis eram.

El día que decidí dejarme el pelo largo pasó algo similar a esto. No necesitaba recordar con lujo de detalle; y sin embargo, pese a que estuve temblando y me sentía cerca a un colapso, en alguna parte indeterminada de mí había una fuente de calidez y orgullo fluyendo suavemente; aliviando parte del dolor como el jarabe alivia la tos. Recordé ese miedo, y el siguiente; y todos los que vinieron después a ese. ¿Por qué decidí seguir? ¿Qué fue lo que logró servir como adrenalina a mi mente para poder seguir caminando sin hundirme en el fango?

Otra memoria vino a responderme esas preguntas. Aquella vez que mi novio logró regalarme un pastel que no me sabía amargo; aquel día, más allá de los poemas, las cartas, los paseos y la ausencia de preocupación por tantos besos me dio algo más; una prenda que en mis caderas selló el deseo de ser yo, lo que siempre he sido pese a que palabras envenenadas me insistan lo contrario bajo su discurso ignorante.

En ambas memorias había una constante inalterable e inmutable, que se mantuvo y en aquel preciso instante se encontraba en el preludio de la supernova dentro de mi tormenta de pensamientos tan entremezclados y distorsionados. Y fue cuando explotó; durante su caos tan ordenado y tranquilizador, que me llené de la suficiente fuerza para acordarme completamente y sin ninguna fragmentación.

La satisfacción de que mi pelo llegara hasta mis hombros, la alegría de mirarme al espejo y recibir de vuelta la imagen de telas que por fin coincidían conmigo; las risas espontáneas, breves y sutiles que salían de entre mis labios cada vez que colocaba uno de esos parches mágicos en mi piel a la nula vista de todos. Las lágrimas dulces cuando me percaté que mi pecho ya no solo estaba lleno de orgullo.

Un chispazo de claridad finalmente llegó a mi cerebro entonces. En mi mente sonaron todas las palabras de alegrías discretamente dichas en calma; y ahí fue cuando las agujas de mi reloj comenzaron a girar al tiempo debido nuevamente. Y para ese momento supe cómo proceder.

No iba a renunciar.

Y entonces la casa tembló con más fuerza, al unísono que mi reacción ante la agresión; agarré un marco cualquiera, y con toda la fuerza que mi cuerpo permitió; le di un beso del mismo cariño y amor. Me llené de carmesí, uno que me sigue acompañando en mis retinas y que cuando recuerdo solo logra llenarme de espirales confusas, aunque sin embargo, para ese momento, mi decisión venció al miedo.

Agarré todo lo que yo era entonces, y usé mis piernas como nunca antes las había usado; corriendo pese a la pesadez que había en mi espalda. Aquellas paredes torcidas y mal formadas seguían vibrando de manera preocupante, y mi cabeza parecía querer explotar ante el sentimiento de haberse perdido en esta prisión de palabras espinosas.

Escuché su caminar pesado pero rápido; y de poco en poco se fue aproximando, con una firmeza y rencor tan claros en cada matiz de su sonido que simplemente no podía hacer algo que no fuera caer y salpicarme en la incertidumbre. Mis piernas comenzaron entonces a separarse de mi sistema nervioso; a no responderme cuando a gritos les hablaba.

Y en ese momento llegó.

Temible, siniestro y totalmente enfurecido. Una figura oscura que me miraba desde el inicio del pasillo; fijamente, casi sin parpadear y con los ojos fuera de sus órbitas. Un enojo extraño y absolutamente frío. Su silueta me parecía impropia; negro sobre negro como el cielo y lo que hay entre las estrellas. Solo mirarlo me causaba dolor.

Se aproximó a mí a gran velocidad, o eso creí; no le vi moverse, para cuando parpadee ya estaba delante de mí. No había salida, y a decir verdad, ya toda opción era completamente inservible para mí; y entonces, como reflejo natural ante tal situación donde solo podía contemplar el horror, de mis labios salieron con la fuerza de mil aviones estrellándose aquel sonido. El sonido del caos y desesperanza; aquellas palabras que solo se dicen cuando ya no hay nada más que hacer. Sentí clavos subir por mi garganta y clavarse de tal manera que me desgarraron completamente.

Y aquello le asustó.

Miró en todas direcciones; y de repente su negrura se convirtió en un gris que me permitió, de manera instintiva, moverme y atravesar el pasillo sin titubear de ninguna forma. Y cuando llegué al acantilado cuya bajada era de formas rectangulares, paré en seco; una decisión al inicio acertada, pero que, en poco tiempo, resultaría fatal. Sentí entonces algo en mi espalda. Se posó de manera inocente pero a la vez consciente y malintencionada; provocando una reacción predecible, hacerme ver una vista a mitad de caída. Y cuando pensé que ya no podía haber más daño provocado, lo sentí en todas partes hasta llegar al fondo del desastre y golpearme con el límite.

Pero pese a todo, una vez más, aunque de forma aparatosa y llenando en ecos todo el lugar con mis quejidos, me levanté. No hubo respuesta por su parte; para cuando posé mis ojos sobre los suyos, se hallaba estático e indeciso. La única respuesta a que nuestras vistas se encontraran fue la desviación de los suyos hacia abajo.

E incluso cuando varias partes de mí se rompieron ese mismo día; dolor fue lo último que sentí cuando, lentamente y con mis ojos cubiertos en una marea incomprensible, salí por la puerta.

Entonces el primer rayo de luz dio directo en mi cara.