En los páramos desolados y vacíos de mi ser, de mi pensamiento, solo se puede hallar poco más que reductos de caos y una sensación incesante de vacío, un deja vú eterno que pese a todos los esfuerzos dados por gente cuyas caras no veo, nunca acabará. Una maldición que quema lo poco restante de mi ser, una maldición que termina de finiquitar el trabajo de una tortura de psique constante.
Yo no recuerdo
yo no me reconozco
yo no me veo.
Una boda, una sonrisa mañanera, unas risas en medio de la noche observando las estrellas. No sé qué es ésto, no parecen memorias mías, parecen de una vida ajena que se escurre entre mis dedos al verla para después perderla de vista.
Mi mente es un desierto de ruinas, una oda a la melancolía y extrañeza. Entro en un edificio baldío, miro alrededor, todo antes visto pero a la vez desconocido. Fragmentos de familiaridad apilados en habitaciones que mis ojos no recuerdan presenciar. ¿Quién soy yo? ¿Quién es ella?
Solo siento como algo húmedo cae en mi hombro, similar al agua, pero cargado de emoción, tristeza.
Déjeme y olvidéme
déjeme morir
y olvidéme.
No os merecéis sufrir más.