« [...] y yo soy esclavo de todos ellos.»


El corazón en tensión vibrante comienza a relajarse, a obtener un ritmo menos delirante y más sosegado. El aliento me falta, al igual que cualquier palabra en mi mente. Dejo de pensar para solo escuchar mi sentir y la necesidad imperiosa de dejarme caer entre mis sábanas; el sonido que hago al hacerlo es similar al de una bolsa de basura cayendo desde el filo amenazante de un barranco, siendo el crujir de su contenido el mismo que hace el soporte de la cama.

Mi mente, en un estado de inconsciencia, comienza a perderse entre los mares de colores que hay en la oscuridad. No importa si es verde oliva, azul o rojo, se diluye en ellos hasta que no queda nada más que paz y satisfacción, sin embargo esa imagen de estática en mi cerebro, de forma gradual comienza a desaparecer, y se vuelve menos ruido de una manera que cualquier persona que haya soñado conoce, esos colores comienzan a crear formas y horizontes.

Miro hacia los laterales, y solo veo una planicie de césped casi incoloro por todos lados. Cuando miro al suelo veo un sendero de tierra de una única dirección. El sin sentido tiene lógica en este plano de la realidad, sin embargo, este nunca es tan ordenado, nunca es tan silencioso. Comienzo a caminar, con calma, y expectante ante lo que pueda ocurrir, ya que los sueños son conocidos por su espontaneidad a veces caótica.

La tierra sonaba bajo mis pies descalzos, y aunque sentía las piedras clavarse en ellos, no lograba notar ninguna clase de dolor, solo un hormigueo. Pronto me percaté de que nada cambiaba. Caminé por lo que en mi mente fueron horas de forma continuada, ya que no necesitaba de descanso alguno para ello. Sin embargo, algo interrumpió toda aquella caminata aparentemente inocente, carente de cualquier perturbación del alma; algo que hizo temblar el suelo de forma gradual, hasta que la leve sacudida se transformó en un temblor de proporciones que nunca había vivido. Mi hipotético cuerpo temblaba junto a mi mente, y mi corazón temblaba aún más.

Una vez hubo acabado aquel temblor caí al suelo sin sentir mayor dolor que el que pueda provocar un suelo acolchado. Me levanté, no obstante, con suma pesadez y lentitud; las cuales desaparecieron totalmente una vez logré erguirme. Fue entonces cuando un pensamiento tan fugaz y efímero como los que aparecen antes de caer en un estado de inconsciencia golpeó mi mente e hizo estremecerme ante su implicación; no había mirado atrás mía en todo el tiempo que me encontraba aquí.

Un olor llegó entonces a mí, uno familiar y lleno de nostalgia. El perfume con el que mi existencia se vio impregnada una vez tuve la capacidad de ser y actuar. Nunca nadie es capaz de olvidar la primera vez por más simple, patética e insignificante que sea; se comienza por algo, y aunque el recuerdo pueda perturbar el alma, puede traer una siniestra nostalgia como acompañante. Eso es lo que me ofrecía en sensaciones aquel olor.

Contuve las ganas de vomitar tratando de respirar aire inexistente de forma acelerada y compulsiva. Mi corazón volvió a su ritmo de maratón, mi aliento se debilitó y sin embargo, tomé todo lo que pude de él y las energías que me restaban de aquellos pensamientos sin duda aterradores y que eran provocados por las más retorcidas maquinaciones de mi mente y espíritu. Y entonces volteé, para que mis ojos viesen detrás de ellos mismos; en el propio cerebro, y la imagen que recibí de vuelta fue demoledora.

Carne, había carne, una montaña de carne, dientes y aberraciones sin sentido y de formas punzantes en todas direcciones que, conforme más tiempo miraba de manera fija, más sentía que me reclamaban. Y entonces comenzó el temblor, nuevamente. Quedé paralizado, no sabía cómo actuar. Aquellas bocas de tamaños colosales, las cuales se comían a sí mismas y a las demás de manera cíclica me habían dejado petrificado, y sin embargo, en todo el grotesco espectáculo, me percaté de algo: el temblor era provocado por esa misma masa, ya que se estaba acercando a mí.

Di media vuelta de forma apresurada, y corrí todo lo que mis piernas pudieron ofrecer mientras el sonido del montón de materia sangrante resonaba con ecos por todo el paisaje inerte. Mis piernas se sentían como si miles de tornillos y clavos estuvieran siendo inyectados en un método de compresión tan alto que me hizo llorar, y hubiera gritado como un loco de no ser porque no salía nada de mis cuerdas vocales al intentarlo.

Se acercaba, la carne se acercaba y lo sabía. Entonces di una cabezada rápida hacía detrás, siendo recibido por olor a metal, y entonces por el agarre enorme de un brazo cuyos huesos se destruían y deformaban de manera constante por dentro mientras hacía sus movimientos. Abrieron un agujero en su propia masa monstruosa, en ciertas partes putrefacta; tenía mi forma exacta, y allí me introdujeron, mientras por todos mis orificios entraban en mi organismo. Sentí que me quemaba vivo, sentí a la carne y ella me sentía a mí, con ansias, anhelando el dolor infligido por ella misma a mi propia carne.

Nuevamente comencé a caer inconsciente, esta vez rodeado de rojos y aparentes risas de todas las edades comprensibles, todas ellas sonando como simples imitaciones vacías y carentes de vida alguna. Es el precio a pagar de una mente como la mía.

Carne.

Mucha carne.

Y cuando desperté entre mis sudores fríos y el carmesí en mi piel, y dirigí la mirada a la esquina de mi habitación, allí estaba todavía una parte de ellos; inanimados sin embargo. Estaban muertos, lo llevaban desde anoche.

No existen espíritus, no hay dioses, no hay demonios en la noche; solo la mente, y la carne.